Antaño, uno de los aspectos más interesantes de la novela negra sueca era el paisaje de fondo del país que era buque insignia del Estado de Bienestar. Aunque uno nunca tenía claro si lo estaban criticando, si era melancolía lo que les suscitaba contemplar el cambio que experimentaba su país o si simplemente se habían quedado boquiabiertos y absortos, sin nada que decir salvo contemplar el panorama que a sus ojos amenazaba ruina.
Eran los buenos tiempos de Mankell, cuando aún no se había sentido llamado a descifrar las claves de la política internacional de una forma patosa y pretenciosa y en la pequeña Ystad se desarrollaba el drama del cambio generacional y social. Los del Estado de Bienestar también lloramos –parecían decirnos-, nos deprimimos y tenemos carencias que nuestro Estado paternalista y secularizado no nos ha sabido resolver. Si no tuviésemos suficiente con la soledad, la falta de afecto, la depresión, el alcoholismo y nuestras desestructuradas familias, además están surgiendo nuevos fenómenos que no controlamos. Al final, las cuestiones solían quedar en el aire a la espera de que alguien les diese una respuesta que nunca llegaba.
Luego llegó Larsson, y era otra cosa. Con sus fantasiosas historias y su descarado Copy&Paste de tramas de autores británicos y americanos barnizado con unas pretensiones moralizantes un tanto infantiloides propias de un lector progre de Público, obtuvo tanto éxito que resultó inevitable el desembarco de un ejército de escritores, no sólo suecos sino nórdicos en general, que en la mayoría de los casos incumplían el primer mandamiento del escritor de novela negra y que el propio Larsson había tenido mucho cuidado en no vulnerar: no ser aburridos.
Reconozco en todo caso que no los he leído todos; imposible hacerlo dado su número si al mismo tiempo se desea no desatender a los británicos y americanos, cosa que un aficionado no quiere hacer porque siguen siendo con diferencia los mejores. Pero sí he leído a los suficientes como para escribir algún día una entrada sobre los restos del naufragio literario nórdico; y de entre tanto nombre superpoblado de consonantes tendré que rescatar a Leif GW Persson (Estocolmo, 1945).
Porque Persson pertenece a la estirpe del Mankell de los 90 aunque para darnos su visión sobre el declive del Estado de Bienestar se haya remontado a los 80 y al asesinato aún sin resolver de Olof Palme. Tal vez fue ese el momento en que todo comenzó a ir mal; o quizás ya todo iba muy mal por aquel entonces, con los escritores suecos nunca parece estar claro el mensaje que quieren transmitir. Ácido y sarcástico; irónico y en ocasiones tan basto como un menú de albóndigas con arenques y aguardiente, principalmente cuando se trata de describir los ritos de apareamiento suecos, Persson no deja títere con cabeza si exceptuamos un par de héroes inconformistas que no se resignan a confundirse entre tanta mediocridad.
Los temas sociales que tocaba Mankell están casi todos ahí directa o indirectamente, aunque le falta lo más valioso: le falta Wallander, el personaje carismático que su creador llegó a odiar tal vez sin percatarse de que en literatura los autores rara vez tienen una segunda oportunidad de acertar con un personaje. Pero a mí me ha servido para reconciliarme, aunque sea sólo momentáneamente, con la novela negra sueca porque Persson es el único autor de ese país que está a la altura del Henning Mankell de Wallander.
——————– Ficha técnica: Entre la promesa del verano y el frío del invierno. El declive del estado de bienestar. Parte I. Paidós, 2007, de Leif GW Persson. Título original: Mellan sommarens längtan och vinterns köld (2002) Tapa dura. 681 páginas. Calificación: 4 Cadáveres (Muy buena)